miércoles, 13 de abril de 2005
NO HAY QUE TENER MIEDO A IRSE DEL OPUS DEI
Por S.S., recibido el 13-7-2003
Del mismo modo que la limosna puede equivocarse de pobre pero si está dada con un corazón limpio no se equivoca de Dios, así sucede cuando un día descubrimos que equivocamos en la decisíón de entregar toda nuestra vida, entera, por amor, a una institución que los años te hacen ver que te has vuelto gente pequeña, burguesa, acomodada, sin ideales...porque cuando colocas por encima de todo la tranquilidad de tu vida, inmediatamente, renuncias por completo a una vida guiada por las ideas. Es hora de volver a empezar,de abrir las ventanas y dejar que entre el airecillo de la libertad. No hay que tener miedo.
Es cierto, además, como escribió ayer una amiga (y se repite en bastantes testimonios) que el escándalo de comprobar los efectos devastadores en la psique de numerarios/as, agregados/as es como para salir corriendo y no parar hasta el miércoles de la semana que viene. Y acostumbrarse a vivir entre esos "efectos colaterales" de unas exigencias sin sentido. Y es que el opus, su fundador, parece que deseaba abarcar todos los modos de la ascética de todas las congregaciones, desde las dureza del Císter, a las devociones franciscanas, Trinitarias, pasando por las pinceladas jesuíticas... y montó un plan que si alguien intenta llevarlo por el libro acaba zumbado, lo quiera o no. A Monseñor nadie le tenía que enseñar nada. ¿Qué las monjas usan cilicio, disciplinas y duermen en un jergón?, pues nosotros también. ¿Qué los monjes no salen a fiestas y bodas, ni a visitar su familia?, ¡pues, hala, nosotros también. ¿Qué los Trinitarios se rezan el Quicumque y tienen el trisagio angélico?, pues, venga, nosotros más... nosotros con Tres Exposiciones del Santísimo a las cuatro de la tarde con incienso y salve incluida, para que no se diga. ¿Que las Esclavas de Jesús tienen una devoción a la Eucaristía especial?, ¡bah!,nosotros nos marcamos una exposición los jueves, otra los sábados, nueve en el novenario, otras por días especiales, y lo que haga falta, que en amor a la eucaristía no me gana nadie...
Yo creo que escrivá tenía unos yuyus de padre y señor mío (por algo vivía en su casa un psiquiatra que al fallecer monseñor se fue a otro centro). Por ejemplo, cuando le dio, menos mal que no salió la idea, porque los numerarios fueran con una capa al oratorio a hacer las normas (la capa la tenía ya diseñada con escudico y todo) recordando a las órdenes medievales los monjes soldados (¡qué miedo!). O cuando se le ocurrió, imagino que en alguna tertulia de fiesta A, de esas que comenzabas el aperitivo con dos cubatas, seguías la comida con vino y champán y terminabas en la tertulia con dos copas de coñac, se le ocurrió, digo, que se pondrían poner sillones y sofás en los oratorios porque con el Señor se tenía que estar cómodo (!!!). O cuando le preguntaron cual era el mejor oratorio y rápido abrió una ventana y señalando la calle dijo "¡Éste!". Buen golpe de efecto, pero luego si no te veían hacer la oración en el oratorio te caía una corrección fraterna de chúpate esa... Buenoooo, si decías en la charla que como el mejor oratorio es la calle hacías la oración dando vueltas por el paseo de la Castellana.
Los yuyus de Escrivá debían de ser espectaculares. Recuerdo que cuando falleció nos venían a contar a las tertulias de la tarde y de la noche anécdotas de su vida gente de los mayores, los que vivieron con él. Tenía gracia porque la mayoría de las anécdotas eran sobre broncas, paquetes, riñas y numeritos que les montaba cada protagonista. Debía de ser un cascarrabias de aúpa. Cuando Pilar Urbano comenta la portada del libro el hombre de Villatevere -es Escrivá posando para un cuadro-, dice que le saca muy bien la fuerza interior a través de su mirada... a mi, la verdad, me parece que tiene una cara de que le va a coger el pincel al artista y se lo va a hacer comer con patatas... ¡vaya miradita!.
Total que un día salió un aviso (avisos se dan, más o menos, unos cinco mil millones a la semana) de que no era bueno hablar de nustro santo fundador siempre como alguien que corregía y bla,la, bla... y se paso a lo contrario (porque, todo hay que decirlo, es más divertido escuchar anécdotas fuertes): aquello era como leer Crónica durante una hora.
Por cierto (está lloviendo y tengo tiempo este sábado), lo de Crónica también se las trae; con eso de que dijo Chema que no podía ser un paño de lágrimas (comparándolas a otras revistas del sector eclesiástico,-¡qué manía con comparar!) se convirtió en una cosa más dulce, ñoña y simplona que la cantaba eso de "Dominique, nique, nique..." Todos los artículos eran iguales: "fuimos con Luis, Armando, otro Luis, Felipe, otro Armando, Oscar y otro Luis a hacer una visita de pobres; cuando llegamos el pobre no estaba, pero Luis, no el primer Luis, ni el otro Luis, sino el otro, dijo "¡no importa, siempre hay que poner buena cara!". Y, hala, todos tan contentos comiendo en silencio en el retiro mensual (más en silencio que los cartujos) pensando que el tal Luis -no el primero, ni el otro, sino el "otro"- era un perfecto armario.
La sección "favores de nuestro padre" era absolutamente psicotrópica. Los milagros caían como granos de arroz en una boda; había de todo, desde el que da gracias porque su hijo nació el mismo día que murió escrivá, aunque diez años después, hasta -lo conocí yo- el que agradecen los padres que saliera vivo su hijo de un accidente... vivo, pero con unas secuelas cerebrales importantes (¿no hubiera sido mejor milagro evitar el accidente?).
Ahora hay más favores: favores de don álvaro, de montse, de isidoro... incluso conocí la movilizacón en varias ciudades en las que viví de la promoción a la santidad de gente de la obra fallecida después del 26 de junio del 75. Una auténtica lucha tribal por elevar a los altares a Marianico (me lo invento), o a Jordi (también me lo invento), o a Arantzatzu (éste me lo invento más)... se ímprimían estampas de estrangis, se buscaban favores a nivel local, se presionaba a la delegación para que se mojaran, y así los deje. ¡Lástima! porque yo, la verdad, iba camino de tener, por lo menos por lo menos, una estampa con foto y aureola.