martes, 19 de marzo de 2002

La conciencia después de la Obra [2].- E.B.E.

040. Después de marcharse
ebe :

b. No ser (el control mental)



Además del reglamentarismo, existe otro elemento para entender lo que sucede al salir de la Obra. Ya se ha mencionado muchas veces en esta web el tema del lavado de cerebro (aunque más preciso parece ser el término control mental).



«El lavado de cerebro es típicamente coercitivo. El sujeto sabe desde el primer momento que está en manos del enemigo. Se inicia con una clara demarcación de los respectivos roles -quién es el prisionero y quién el carcelero-, y el prisionero no tiene ninguna alternativa (…).



El control mental, casi siempre, llamado «reforma del pensamiento», es más sutil y retorcido. Quienes lo practican son considerados como amigos o compañeros, de forma que el sujeto no está tan a la defensiva. Inconscientemente, colabora con sus controladores y les suministra información privada sin saber que la utilizarán en su contra (…).



No es buena cosa que los medios de comunicación utilicen la expresión «lavado de cerebro» con tanta ligereza. Evoca imágenes de conversión por la tortura. Quienes están en una secta saben que no han sido torturados, así que piensan que aquellos que les critican son unos mentirosos.» (Las técnicas de control mental, cap. 4, Steve Hassan).



No hay que pensar en cosas extraordinarias. Se trata principalmente de machacar una y otra vez con ideas simples, especialmente referidas a la vocación, a la fidelidad al fundador/padre (líder) y a la Obra (institución)...




En la base de la espiritualidad de la Obra está… la lógica del anuncio publicitario. O sea, el fundador mismo reconoce lo mucho que la Obra le debe al marketing.



«no basta decir las cosas una sola vez, ni siguiera a los que tienen buena voluntad y la inteligencia clara, como ocurre con todos mis hijos y mis hijas. Hay que repetir cien veces la misma cosa: es la psicología del anuncio. Y aun así nos olvidamos» (Meditaciones VI, p. 243).



Pero sí, en cambio, olvidémonos de la virtud o los grandes valores como el amor y la libertad para una aproximación al espíritu de la Obra, pues en la práctica han sido descartados de raíz. El fundador está expresando aquí su gran pesimismo y desconfianza respecto de la capacidad moral del ser humano. Prefiere acudir a la presión y al bombardeo publicitario.



¿Cómo Escrivá puede hablar de santidad, entonces? ¿No es acaso una gran contradicción? Es que la santidad es un ideal que Escrivá lo alaba de una manera pero que lo construye de otra muy distinta.



En este punto la coacción se enlaza con la lucha y ambos completan el universo mental de la Obra: los directores presionan (por arriba) para que uno luche y se esfuerce (desde abajo). Es una concepción mecanicista más que espiritual.



«[el fundador] insistía siempre sobre los conceptos básicos de la Obra: y comentaba, sonriendo, que le perdonasen, que entendiesen los chicos que el Padre debía proceder de ese modo, y que se acordasen de la psicología del anuncio; a base de oír una y otra vez la misma cosa, a fuerza de leer día tras día siempre lo mismo, cuando llega el momento en el que se necesita algo determinado, se acuerda uno de aquello que oyó o que leyó frecuentemente, y hace uso de lo que se le recomendaba por escrito o de palabra» (A. del Portillo, Meditaciones, IV, págs. 440-441)



¿Y el lugar para el discernimiento donde queda? En ningún intersticio. Y así fue como Escrivá construyó su Obra, previéndolo todo y evitando imprevistos tales como el ejercicio de la libertad. Y para ello nada mejor que el control mental.



La de la Obra es una formación inculcada “a la fuerza”, como reconoce A. del Portillo y que busca ser bien práctica, dirigir (gobernar) la conducta de las personas. En la medida en que es marketing, implica una pobreza espiritual insospechada (jamás se imagina nadie que al asistir a una meditación está siendo objeto de una campaña publicitaria). Y las vocaciones surgen de ese marketing, un proceso que comienza pero no termina nunca:



«nuestra formación no termina nunca: todo lo que habéis recibido hasta ahora es fundamento para lo que vendrá después. Por eso, cuando tengáis ochenta años, iréis al Curso anual con la misma ilusión que ahora, y os gustará ver a chiquitos de veinte años, que os explican de una manera ingenua, con mucha autoridad, lo que vosotros lleváis viviendo y enseñando durante muchísimo tiempo. ¡Es bonito!» (Meditaciones II, pág. 717)



Parecen divertidas y tiernas estas palabras del fundador. Pero no lo son cuando se las experimenta en la realidad: chiquitos de veinte años machacando a viejos de [completar a gusto] con ideas simplistas y encima con mucha autoridad. Este tipo de formación infantiliza y estanca el proceso de maduración más elemental, tanto racional como afectivo.



A fuerza de leer día tras día siempre lo mismo, se termina viviendo en un verdadero encierro mental, por más que se tenga un trabajo afuera de la Obra, se asista a la universidad, etc. No hay ningún proceso de discernimiento sino una insistencia hasta el cansancio con ideas muchas veces apodícticas.



Lo más grave del control mental es que modifica conductas, no es simplemente un trastorno de ideas teóricas. De ahí la necesidad de algún tipo de desprogramación para modificar hábitos adquiridos que son destructivos o al menos perjudican la salud: la renuncia habitual a los propios derechos, el voluntarismo como razón de toda actuación, el estructuramiento y la rigidez mental, etc. (sobre más contraindicaciones cfr. Opus Dei: no recomendable para consumo humano).



Y luego el camino de salida puede terminar de dos formas (hay otras también): irse por agotamiento o irse porque un día los directores se levantan de su catre y dicen: “tienes un momentito, quiero decirte una cosa: tú no tienes vocación”. De la Obra se sale con una gran confusión.



«Si no nos hubiera llamado Dios, nuestro trabajo con tanto sacrificio en el Opus Dei nos haría dignos de un manicomio» (del fundador, Cuadernos 8, pág. 263).



Esto lo explica todo, creo.